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Tragedia en los Andes: cuando la naturaleza actúa como una aliada inesperada

Tragedia en los Andes: cuando la naturaleza actúa como una aliada inesperada

Ha pasado medio siglo desde el trágico accidente que sufrió un avión uruguayo en la cordillera de los Andes mientras trasladaba a un equipo de rugby y sus familiares a Chile. En esa historia se conjugaron una serie de eventos que conspiraban contra la posibilidad de que hubiera algún sobreviviente. No obstante, un inesperado fenómeno médico influyó para que Fernando “Nando” Parrado, uno de los sobrevivientes, transformara esta tragedia en un milagro.

El sonido del agua corriendo de un río era lo único que escuchaban los dos jóvenes de aproximadamente 20 años que habían pasado 72 días aislados a casi 4.000 metros de altura. De repente, en lo que inicialmente pareció una alucinación, vieron a un hombre junto a un caballo al otro lado del torrente. Nando Parrado y Roberto Canessa se hicieron entender por señas y le arrojaron un papel con una piedra a través del río. El mensaje transmitía su identidad: eran los uruguayos perdidos en la montaña. El resto de lo ocurrido reverberó en los titulares mundiales como el episodio de supervivencia más extremo de la historia humana.

Al mismo tiempo, la tragedia revelaba un hecho médico-científico que, por lo menos en parte, explica que una saga como esta concluyese con el rescate de 16 sobrevivientes.

La misma Naturaleza, que se empecinó contra este grupo de jóvenes, al mismo tiempo aportó las herramientas que la medicina en 1972 aún no había desarrollado y que ayudaron a que, contra toda adversidad, se salvaran.

A raíz del accidente, Nando Parrado tuvo un traumatismo craneal grave que le causó un coma de una profundidad suficiente como para que sus amigos, que como podían oficiaban de improvisados médicos, lo consideraran muerto y lo colocaran junto a otros cadáveres a la entrada del fuselaje que usarían como protección para pasar la noche. Parrado estuvo expuesto a temperaturas que rápidamente causan hipotermia y no recibió líquidos durante los tres días que pasaron hasta que mostró signos de recuperación y decidieron moverlo al interior del fuselaje para darle cuidados más apropiados. ¿Puede ser que este giro del destino en lugar de haber aumentado su riesgo de muerte, haya colaborado para su milagrosa recuperación?

El traumatismo craneal es la causa más frecuente de discapacidad en menores de 40 años y solo en los EE.UU. afecta a más de un millón de personas por año. El mecanismo de lesión es la compresión del cerebro inflamado contra el hueso del cráneo.

La trama de esta historia entrelaza una secuencia de eventos médicos donde Nando Parrado emerge como protagonista de una desgracia transformada. La narrativa médica se sostiene en lo incierto, pero al mismo tiempo ofrece la hipótesis de que la propia Naturaleza influyó en que Nando pudiera recuperarse y que, con Roberto Canessa, terminara liderando la caminata, que culminó con el rescate de sus compañeros.

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Más allá de la influencia que se le puede atribuir a este argumento médico-científico, la historia con sus múltiples episodios de tono heroico, destaca la resiliencia humana, y es un testimonio de coraje y voluntad que desafía los límites de lo posible en forma irrepetible.

En primera persona

Nando viajaba en la última fila del fuselaje que se desplazó unos 800 metros a gran velocidad por una helada ladera hasta chocar con nieve y rocas. Esto causó la muerte de los pilotos ubicados en la trompa del avión y resultó en heridas adicionales en varios de los que no murieron con el impacto inicial.

En la fila de Nando viajaban su madre, su hermana y su amigo Panchito (Francisco Abal Guerault), todos ellos sentenciados como consecuencia del brutal impacto. Nando recuerda fugazmente el golpe de su cabeza contra el techo del interior del avión para luego perder el conocimiento por varios días. La inflamación cerebral causada por el golpe seguramente se agravó por el efecto de los casi 4000 metros del Glaciar de las Lágrimas donde se encontraban.

El edema cerebral provocado por la altura es lo que genera el apunamiento y sus síntomas -dolor de cabeza, náuseas, mareo, debilidad, somnolencia que puede llegar al coma- en personas que ascienden a alturas mayores a los 3.000 metros.

Salvo uno de los sobrevivientes, todos tenían un promedio de 20 años que es la edad en la que el volumen cerebral es máximo y por eso estaban más predispuestos a sufrir el apunamiento debido a un cerebro inflamado por la altura y comprimido contra el hueso del cráneo. En el caso de Nando, este efecto natural estaba agravado por el edema secundario al golpe.

Una tomografía computada y la palpación de su cráneo -con marcadas irregularidades en la región derecha donde recibió el impacto- me permitieron constatar (aún 35 años después del accidente) que Nando sufrió una fractura de su cráneo con el traumatismo. Sus ojos mostraban moretones en lo que la medicina describe como “ojos de mapache” que es un signo adicional sugestivo de fractura de cráneo. Nando ha comentado que sentía “miedo” de tocar los fragmentos de hueso en su cabeza y decía que “su cráneo se había partido en miles de pedazos”. En una persona joven, esta fractura puede haber operado como una válvula de descompresión para su cerebro inflamado por el golpe. Al despertar, los amigos le decían a Nando que su cabeza parecía un zapallo y recuerda bien que tuvo dolor durante unas dos semanas. La lesión puede haber sido una versión natural de la craniectomía descompresiva cuya efectividad en la medicina se comprobó recién en la década del 90 (ver recuadro).

Cuando el frío extremo es terapéutico

La mayoría de las personas que viven en lugares fríos han experimentado el tormento de luchar con la cerradura de un auto durante una noche gélida en que los engranajes se han congelado. Y la incomodidad, convertida en dolor físico, cuando se está a la intemperie sin la ropa adecuada. Respirar duele y cada inspiración es entrecortada y breve por el esfuerzo de llevar aire a los pulmones. Una ducha cálida en la que repentinamente el agua sale fría nos recuerda el shock que la baja temperatura causa en el cuerpo. Y el frío extremo, al igual que el calor, pueden llevar a una muerte que afecta a unas 1.500 personas anualmente durante el invierno en los EE.UU.

Luego del fatídico accidente, los sobrevivientes se enfrentaron no solo con la escasez de alimentos, sino también con el frío que podía disminuir algo durante los días soleados pero que durante la noche se convertía en insomnio. Entre las innumerables memorias que se han comentado en libros y películas, se destaca el recuerdo de cuando quemaron todos los billetes que juntaron para entibiar tímidamente su refugio. La desgracia de la avalancha que sepultó los restos del avión en la segunda semana del accidente y se cobró varias vidas, al mismo tiempo selló la salida del fuselaje generando así un efecto invernadero providencial contra el frío externo.

La hipotermia que sufrieron los sobrevivientes de los Andes puede, entre otras cosas, precipitar la ocurrencia de un estado letárgico, falta de energía e incluso confusión y alucinaciones. No es infrecuente que cuando los sistemas de control de la circulación son anulados por la hipotermia, la persona afectada sienta calor extremo por la vasodilatación de las pequeñas arterias en la piel y esto explica que los que sufren accidentes de montañismo puedan ser encontrados con el llamado “desnudo paradójico” en que, sofocados por un flujo sanguíneo cutáneo excesivo, se quitan toda la ropa.

Hay decenas de reportes sobre niños que se han recuperado luego de pasar una hora o más bajo agua helada. Esto se explica porque el consumo de oxígeno cerebral puede reducirse hasta 50% como efecto de la hipotermia. La hibernación en animales es una hipotermia inducida por la Naturaleza para que en los meses más fríos el cuerpo ahorre energía cuando la comida es menos accesible.

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Nando fue dado por muerto -o con mínimas probabilidades de sobrevida reflejadas en que su pulso era apenas palpable y su cabeza ya estaba deformada por efectos del traumatismo- por lo que fue colocado cerca de la entrada al fuselaje en la zona que tenía la temperatura más baja. Esto, más que una condena, desencadenó una hipotermia que no fue suficiente para causarle daño permanente pero sí enlenteció su metabolismo celular haciendo que las neuronas fueran más tolerantes al edema que sufrían como consecuencia del golpe. En el cuerpo de Nando la hipotermia mutaba en una paradoja donde el frío se convertía en cómplice de la supervivencia.

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Agua: ni una gota de más ni una de menos

La importancia de la ingesta de líquido para mantener un balance hídrico adecuado para la vida es incuestionable. Y con su influencia sobre la hidratación, una vez más, la Naturaleza inclinó el destino de Nando hacia la recuperación.

El agua es indispensable para la actividad de todas las células corporales y para el mantenimiento de una temperatura corporal adecuada. Una persona de 70 kilogramos tiene aproximadamente 40 litros de agua corporal. El centro cerebral que regula la sed -un núcleo del llamado hipotálamo- no es preciso y por eso la ingesta deficiente de líquido es frecuente.

La sabiduría popular sugiere que una persona necesita dos litros de agua por día. Sin embargo, la cantidad depende de múltiples variables como la edad, sexo, rutina diaria, deportes, y lugar de residencia -cálido, frío, nivel del mar, altura-. El tipo de líquido también cuenta ya que las bebidas azucaradas tienen un efecto engañoso y el alcohol causa deshidratación -esto último es especialmente obvio en los aviones donde explica desde insomnio y malestar general hasta la posibilidad de sufrir una trombosis venosa-. Considerando los puntos anteriores, la necesidad de líquido fluctúa entre dos y tres litros por día para un adulto sano.

Los restos del avión y sus ocupantes estaban a casi 4.000 metros de altura donde el cuerpo se deshidrata de la misma forma que ocurre en un desierto. En este escenario, el grupo de sobrevivientes necesitaba una cantidad significativamente mayor del líquido diario que el necesario a nivel del mar. Pero las caprichosas condiciones meteorológicas eran el factor limitante para derretir la cantidad de nieve necesaria para hidratarse. Nando estuvo en coma tres días con el cerebro inflamado y sin recibir líquido.

A pesar de que no se conocen precisamente los procesos que generan edema en el cerebro luego de un golpe, está claro que limitar la cantidad de agua que se acumula en el tejido nervioso puede disminuir el proceso de inflamación. Una sangre más concentrada, por la menor cantidad de agua en las arterias, capta el exceso de agua acumulada entre las neuronas logrando de esta forma una suerte de “secado” que disminuye el edema cerebral. La escuela de neurocirugía francesa ha sugerido simplemente restringir la cantidad de líquido a un litro por día en esos casos.

Nando afrontó el doble efecto de deshidratación causado por la altura y la imposibilidad de recibir líquidos. Seguramente estos factores contribuyeron a limitar la inflamación en su cerebro. El hecho de que, al despertar, Nando tenía una sed que le parecía insaciable confirma que tenía deshidratación severa ya que la misma altura paradójicamente hace que disminuya o desaparezca la sensación de sed. Si hubiese recibido agua esto quizás podría haberle causado la muerte que se ha descripto en pacientes internados con lesiones cerebrales cuando reciben más agua que la que sale de sus cuerpos.

Haber permanecido en coma, también puede haber tenido el efecto protector neuronal que se busca sedando a pacientes con traumatismos craneales severos. Esto se explica porque la agitación y estrés causados por un accidente aumentan el requerimiento y consumo de oxígeno del cerebro en un momento en que lo ideal es lograr la calma que se asocia a un menor uso de oxígeno.

Publicada en la prestigiosa revista científica The Lancet -Estol CJ, 2009-, esta conjetura médica ofrece una mirada original del delicado balance entre el cerebro inflamado de Nando y la posibilidad de una recuperación milagrosa. Si bien todo lo descrito es una hipótesis, esta aporta el relato donde el traumatismo cerebral severo se transforma en la paradoja que salva a Nando sin que sufriera secuelas.

Sin duda los sobrevivientes mostraron un grado de poder físico y mental que pocos seres humanos han tenido que poner a prueba. La perseverancia, la esperanza, el optimismo, la actitud proactiva y la resiliencia se entremezclan revelando cómo un grupo de jóvenes, sin la madurez de un adulto, enfrentaron y desafiaron lo desconocido y a la propia muerte. Medio siglo más tarde este accidente persiste como fuente de inspiración durante los momentos oscuros a los que con frecuencia nos expone la vida.

En el accidente se conjugaron una serie de eventos que, debido a serendipia, llevaron a que un tratamiento de terapia intensiva que fue desarrollado décadas más tarde fuera generado naturalmente en 1972 dentro de la versión más inhóspita que puede ofrecer la crudeza de la cordillera. Usualmente la Naturaleza se transforma en una adversaria implacable. Esta vez resultó una aliada inesperada.

Descompresión cerebral

Una herramienta esencial que no es nueva y que se practica desde hace aproximadamente unos 8000 años.

La craniectomía descompresiva consiste literalmente en remover quirúrgicamente un segmento del cráneo para generar una ventana de hasta 15 cm de diámetro a través de la cual el cerebro inflamado por algún proceso patológico -traumatismo craneal, accidente cerebrovascular (ACV) o meningitis- pueda expandirse con libertad sin que el hueso que lo rodea se lo impida.

Sin esta cirugía, el cerebro inflamado no puede extenderse por estar dentro de la caja ósea que es el cráneo y esto genera presión sobre áreas vitales como los centros que controlan la respiración y el sistema cardiovascular, lo que con frecuencia lleva a la muerte.

A lo anterior se agrega la compresión de vasos sanguíneos que cortan el suministro de nutrientes esenciales para mantener la vitalidad del órgano que tiene el mayor consumo de oxígeno en el cuerpo.

El proceso de inflamación cerebral es tan severo que en escaladores que desafían picos de más de 6000 metros resulta una causa relativamente frecuente de muerte cuando se genera el llamado Edema Cerebral por Altura Elevada.

Por eso, es que en la mayoría de los picos cercanos o mayores a 8000 metros, los tanques de oxígeno son aliados indispensables.

Publicaciones generadas por investigadores alemanes en los años 90 confirmaron que cortando un área extensa de hueso en el cráneo se reduce la presión en el cerebro disminuyendo significativamente la mortalidad de los pacientes afectados.

Desde entonces, esta cirugía descompresiva se practica frecuentemente en el traumatismo craneal y el ACV. El segmento de hueso extraído se puede guardar en depósitos diseñados para esta función o se puede colocar debajo de la piel del abdomen del paciente hasta que pasadas varias semanas y resuelta la inflamación se vuelve a colocar sobre el cerebro.

El tratamiento de la hipotermia

La hipotermia se ha usado como tratamiento desde hace miles de años con la colocación de hielo sobre las heridas sugerido por Hipócrates hasta la congelación como método de anestesia durante amputaciones en las campañas napoleónicas. En épocas modernas, la hipotermia se ha aplicado como protector cerebral en el traumatismo craneal, el accidente cerebrovascular, y las lesiones de la médula espinal, entre otras. El objetivo es bajar la temperatura corporal a un rango de entre 32 y 35 grados usando infusiones de soluciones frías o con dispositivos como colchones o sábanas enfriadoras. Un análisis de 18 estudios mostró beneficio cuando la hipotermia se aplica en las primeras 48 horas (Sadaka F. Brain Injury 2012). En cirugías cardíacas en ocasiones se induce una hipotermia profunda con valores de 20 grados lo que genera una ventana terapéutica de hasta una hora para hacer la cirugía con menor riesgo de dañar el corazón, cerebro y otros órganos.

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