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“Los mosquitos matan más gente que todas las guerras juntas”

“Los mosquitos matan más gente que todas las guerras juntas”

Pilar Mateo es una de las 100 científicas más prestigiosas del mundo y está entre las 10 más importantes de España por su labor en el campo del control químico de vectores que transmiten enfermedades endémicas. A finales de los 90, luego de inventar una pintura con una técnica de liberación lenta de principios activos –como biocidas y repelentes–, recibió la visita inesperada de un médico boliviano que le dijo: “Doctora, mi pueblo se muere. El 85% está enfermo de Chagas”. Aunque podría haberse quedado en su laboratorio buscándole usos más elegantes a su tecnología, decidió dejar a sus hijos al cuidado de su madre y viajó al Chaco boliviano para conocer la gravedad de una situación de la que nunca había tenido registro. “La primera noche encendí la luz de la chabola en la que me habían cobijado y vi bajar a cientos de vinchucas que venían a por mí. A partir de ese momento mi miedo se convirtió en rabia y mi rabia, en acción”. El relato resumido dice que llamó a su familia, avisó que estaría fuera de casa una larga temporada, se puso a curar casas –de nada serviría tratar a la gente si luego seguirían durmiendo en ranchos con paredes de adobe fracturadas en las que seguirían anidando los insectos–, y a construir infraestructura digna capaz de ser pintada y llegó a controlar con éxito los triatominos en la región.

Desde entonces, anm –es, entre otras decenas, medalla de oro por la Real Academia Mundial de Ciencias y Humanidades, Premio en Salud y Medio Ambiente por Naciones Unidas, finalista del Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional y está incluida en la Lista Forbes de personas que cambian el mundo–.

La reciben reyes y jefes de gobierno, es hija ilustre de Valencia, le dedicaron calles, parques, avenidas y murales en varias ciudades españolas, y su vida y su trabajo se estudian en las escuelas. Colabora con la OMS y con diferentes centros científicos internacionales que entendieron las ventajas sociales y ambientales encerradas en su tecnología de lenta liberación de activos. En nuestro país, en su momento, tuvo una experiencia tan breve como concluyente. Aunque ella evitará entrar en detalles, quienes la conocen cuentan que su intento por ayudar a las poblaciones diezmadas por el Chagas en el norte fue abortado cuando un funcionario de turno le dijo: “Doctora, con su invento nos vamos a hacer a millonarios”.

–La Argentina está registrando un brote epidémico grave de dengue, ¿cómo se explica que siga muriendo gente por la picazón de mosquitos?

–Los mosquitos llevan en el planeta cerca de 200 millones de años. Llegaron mucho antes que el homo sapiens. Las zoonosis –enfermedades que pasan de animales a humanos–, suponen ya más del 75% de las enfermedades humanas. En 1930 se conocían solamente seis arbovirus, que son los virus transmitidos por vectores artrópodos, en especial mosquitos. El principal era el de la fiebre amarilla. Hoy conocemos más de 500. Te menciono uno solo, el transmisor del virus del Nilo, del Zika o del dengue siempre es el mosquito Aedes. Esa palabra en griego significa “el odioso”, lo cual demuestra que ya hace mucho se dedicaba a fastidiar, y mucho, la vida de las personas.

–Sin embargo, los subestimamos.

–Los mosquitos son maestros de la adaptación evolutiva –también lo son las enfermedades que transmiten–. Siguen la lógica darwiniana de que no sobrevive el más fuerte ni el más inteligente, sino el que mejor se adapta. Tienen una capacidad muy rápida para adecuarse al medio natural cambiante, lo que los vuelve supervivientes a cualquier amenaza. Sin dudas han sido el mayor enemigo del ser humano. Se calcula que más de 50.000 millones de personas murieron a lo largo de la Historia por picaduras de mosquitos. Más que todas las guerras juntas. Daría la sensación de que su pertenencia al planeta sirvió para regular el crecimiento maltusiano de la población.

–¿Qué es lo que falla si tenemos que seguir cuidándonos de enfermedades que ya deberían estar erradicadas?

–Los humanos hemos ido conquistando el espacio físico que antes era monopolio absoluto de animales e insectos. Tenemos que convivir con los mosquitos del dengue y con las vinchucas del Chagas. Pero tenemos también la obligación de intentar evitar que nos transmitan esas enfermedades, porque el sufrimiento físico, las muertes y el costo económico de mantener a millones de personas incapacitadas desborda las economías de los países. Se necesita una colaboración muy estrecha entre expertos y administraciones, con herramientas de control y mucha educación en salud e higiene. Hay muchos intereses creados, falta de coordinación de los actores implicados y poca predisposición a conocer las innovaciones científicas. Pero esto es algo que ha pasado siempre. En 1851, en París, durante la I Conferencia Sanitaria Internacional, los países asistentes no pudieron coincidir en el establecimiento de normas de cuarentana comunes para controlar los brotes de cólera, peste o fiebre amarilla. Para Francia, Italia y España, los británicos eran los responsables de llevar estas enfermedades por el mundo a través del imperio de la Commonwealth, pero para los británicos, cualquier medida de cuarentena era un obstáculo para su libre comercio. No es fácil ponerse de acuerdo, esto lo vimos recientemente con el Covid.

–Usted sostiene que hay otros flagelos vinculados a la pobreza que pueden resultar más mortales que el dengue o el Covid.

–Hay una relación directa entre el desarrollo de las enfermedades endémicas y la pobreza. Cuanto peores son las condiciones de habitabilidad de las casas y menor es la higiene de las personas, mayor es la posibilidad de contraer una enfermedad. Los insectos y los virus son muy inteligentes e intuyen de manera inmediata en dónde pueden sobrevivir mejor. Pensemos que el ser humano empezó a entender acerca de enfermedades endémicas, insectos e higiene a partir del 1900. Hasta entonces la malaria se creía que la transmitía el aire: mal d’air, en francés. Pero además, las personas que sufren Chagas, dengue o chikungunya a lo mejor no tienen ni para comer. Entonces, pensar solamente en la enfermedad y no en el problema de fondo, que es mucho mayor, es una gran equivocación. Hay que escuchar las necesidades, estar cerca. Yo me fui a la selva de Bolivia por una chinche que transmite mal de Chagas, pero resulta que luego me pasaba días buscando un cajón, en el medio de la nada, para enterrar a la gente que moría de muerte súbita.

–En Bolivia pudo desarrollar con éxito su plan estratégico, ¿cuál fue su experiencia en Argentina?

–Empecé a combatir la vinchuca en La Rioja en 1996 y fue un éxito. Los médicos cardiólogos involucrados en el plan no encontraron ni un rasgo de ninfas o vectores en las casas tratadas durante un año completo. Pero entonces hubo elecciones en el país, hubo cambio de gobierno y este proyecto, que debía servir como referente para un programa nacional, pasó a no ser tenido en cuenta por los nuevos responsables del área de salud. Así es la vida de los científicos como yo, nuestros proyectos dependen siempre de personas que no saben diferenciar las investigaciones de la política partidista. Y luego hay otros intereses, es mucho más fácil utilizar millones de litros de insecticidas que curar las casas y devolverles la dignidad a las personas. Como los insecticidas generan resistencia, luego necesitas medicamentos para tratar a la gente. Alrededor de esto se mueve todo un mundo de negocios, cuando lo que en verdad tienes que hacer es escuchar las necesidades del que sufre. Tratándose de un tema de salud el caso es todavía más grave, porque se trataba de frenar los problemas cardiovasculares que el Chagas causaba. Quizás ahora, con el cambio de gobierno, sea más fácil volver a intentarlo.

–¿Se sentaría a hablar con el presidente Milei?

–Conocí a varios presidentes de distintos países, pero son ellos los que aceptan reunirse conmigo y no al revés. Claro que me sentaría con él y le contaría de la ciencia que abraza y de la ciencia que está al lado del que sufre, y no de la ciencia que se hace desde un despacho. Creo que este podría ser un buen momento para que él, el ministro y los responsables de los distintos programas de salud quieran empezar a cambiar las cosas. A lo largo de los años, de todos modos, recibí muchas llamadas de entidades y organizaciones civiles del norte de Argentina interesadas en usar mi tecnología. Pero antes hace falta registrar la pintura allí.

–Será un trámite sencillo…

–En 2017 logramos ser reconocidos por el TDR/WHO –un programa de la OMS que se ocupa de probar tecnologías y productos para el control de vectores y que publica luego los resultados– como “logro clave”, key achievement, por el control de los flebotomos transmisores de la leishmaniasis visceral en Bangladesh y Nepal durante un año. La revista American Journal of Tropical Medicine publicó los resultados con 24 meses de éxito. Ambos proyectos tienen el aval del Comité Ético de la OMS, que encargó un estudio demostrativo de la inocuidad de mi pintura en zonas rurales y urbanas, y han sido un gran logro científico. Tengo 8 familias de patentes en más de 100 países. Sin embargo en la Argentina no logré que Anmat registrara el producto. Nunca entendí esa negativa.

–Se estima que en el país hay 1,5 millones de habitantes infectados y 7 millones en riesgo de contraerlo, pero en Buenos Aires la mayoría de la gente no sabe que aún existe el Chagas.

–El triatomino vinchuca es un vector muy rural y muy específico de gente muy pobre que vive en casas en muy mal estado. Un triatomino no podría vivir en una casa limpia en Buenos Aires. En cambio los mosquitos en general son muy democráticos en su comportamiento: pican a todos, no importa la edad, el color, el sexo o su grado de riqueza. Personajes históricos como Alejandro Magno, Aníbal, Marco Aurelio, Atila o San Agustín fallecieron por malaria. Por eso el mosquito es tan conocido, porque no da tregua a nadie.

–La vacuna contra el dengue no es para pobres, sale unos 80 dólares. Usted dice que se le da mucho más valor a un medicamento cuando debería tener tanta o más importancia prevenir la enfermedad. ¿Cómo enfrentarse a tantos intereses?

–El problema actual es que es mucho más rentable económicamente curar las enfermedades que prevenirlas. Los profesionales de la sanidad entienden su oficio como el de curar enfermos, pero no como el de mantenerlos sanos. En la China antigua a los médicos se les pagaba únicamente cuando las personas estaban sanas. Se buscaba con ello que tuvieran mucho más interés en prevenir. Entre empresas, también entre personas y países, hay intereses, sí. Cuando el sistema de competencia funciona bien, los mejores salen adelante. Pero cuando se forman oligopolios, entonces aparecen funcionamientos erróneos y prácticas mafiosas. Que haya empresas interesadas en evitar la competencia de otras se puede entender como una forma de maximizar beneficios. Ahora… que haya responsables públicos que lo faciliten, eso ya no lo es. Y que eso se haga además en un campo tan sensible como la salud de las personas, lo es mucho menos. En Bolivia, cuando mi tecnología empezó a funcionar contra las vinchucas y los guaraníes quisieron extender su uso, alguien me amenazó de muerte pensando en que así me retiraría de allí. Era evidente que no me conocía.

–Se debe haber dado bastante la cabeza contra la pared, ¿no se frustra?

–Actúo en la vida por vocación. Soy una persona creativa y científicamente inquieta. Cuando veo un problema, intento buscar una solución. Y como no me rindo ante los retos, pues de una forma u otra acabo encontrándola. Otra cosa es la frustración de hacer cosas que deberían interesar a personas con responsabilidades y ver que no es así. Por eso me resulta incomprensible que haya responsables técnicos de salud pública que ignoren las nuevas herramientas, sabiendo que las existentes no funcionan bien porque los insectos con el tiempo se vuelven resistentes. Por otra parte, me he dedicado a una ciencia que posiblemente no es tan reconocida, como es la ciencia dedicada a las enfermedades que afectan a los pobres. Desarrollé una tecnología que me ha costado 20 años de pruebas y de evaluaciones por parte de otros científicos -ya que cuando inventas algo tienen que evaluarte otros grupos científicos y eso hace todo muy lento-. Además, puedes inventar lo que quieras, pero si luego no puedes producirlo… A mí se me han ido 20 años viviendo en la selva, pasando calamidades, sin recursos, porque, claro, decidí irme a Bolivia y estuve muchos años en el Chaco boliviano con los indígenas guaraníes, pero no tenía ayudas. Aunque hice mi tesis doctoral en la Universidad de Valencia yo no era ni una universidad ni un centro de investigación, tampoco era una ONG. Los recursos que había para una ONG no eran para mí. Es más, tampoco tenía balances positivos. Al contrario, ¡casi arruino a mi padre en su empresa de pinturas! Entonces, cuando iba a los centros de transferencia de tecnología me pedían balances positivos. ¿Cómo vas a tener balances positivos si estás haciendo investigaciones para los más pobres?

–¿Cuál es la solución?

–Lo que quiero es que se escuche más y se ayude a mucha gente joven que está con ganas de combatir a las enfermedades y de dar soluciones. Muchos emprendedores se quedan cortos porque les dan ayudas por muy poquito tiempo, y cuando llegan a meterse en serio ya no hay dinero. Encima te dicen que tienen que ser proyectos que tengan rentabilidad rápida. Lo siento, pero la pobreza no es rentabilidad rápida.

–Nos persiguen los virus, nos comen los mosquitos, ¿es posible que aparezcan enfermedades que aún no conocemos?

–Eso lo puedes dar por descontado. Virus, bacterias y parásitos tienen una capacidad de adaptación ilimitada. Y como se han habituado a hospedarse en otros seres vivos que les dan cobijo, hay emparejamientos que pueden generar problemas. Del millón de microbios que se han identificado, unos 1400 pueden causar daño a los humanos. Pero nos cuesta mucho creer que la unión de un pequeño mosquito con un atolondrado virus puede generar un tsunami en la salud pública. Nos olvidamos que para ellos, los humanos somos inquilinos recién llegados al planeta Tierra. Cuando nosotros aparecimos ellos llevaban cientos de millones años de existencia. Suelo recordar en mis conferencias que el más tonto de los virus es más inteligente que el más inteligente de los virólogos.

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