Autoría: Agustina Toia. Dirección: Severo Callaci. Intérprete: Agustina Toia. Voz en off: Neli Ramello. Vestuario: Rosa Arena, Kitty Di Bártolo y Laura Perales. Máscaras: Cristián Medrano. Escenografía: Lucas Comparetto. Iluminación: S. Callaci. Música: Sol Gabetta. Sonido: Ernesto Figge. Sala: La Carpintería (Jean Jaures 858). Funciones: sábados, a las 20. Duración: 60 minutos. Nuestra opinión: buena.
El nombre Juana es de origen hebreo y significa “llena de gracia”, o “la que es fiel a Dios”. Muy popular a lo largo de los siglos, por casualidades o herencias varias, ha sido la marca común de mujeres recordadas por la Historia por romper las reglas y no cumplir lo que la sociedad esperaba de ellas.
A partir de esa idea, la autora y actriz Agustina Toia investigó estos itinerarios que enlazaban con su propia vida repartida entre dos mundos, el de la provincia de Santa Fe, donde creció, y el distintas ciudades de Europa, donde estudió y trabajó durante siete años. De esa búsqueda compartida desde el inicio con el director Severo Callaci, nace Las Juanas, una herejía cósmica, el unipersonal que interpreta desde 2022, traducido y presentado en festivales internacionales, y ahora en su segunda temporada, en el off porteño.
Las Juanas elegidas son ocho, cuatro europeas (Juana La loca, Jean D’Arc, La papisa Juana y Giovanna Marturano) y cuatro latinoamericanas (Juana Manso, Juana Azurduy, Juana de Ibarbourou y Sor Juana Inés de la Cruz), personajes conocidos desde la escuela o a través del cine, el teatro y la música, salvo quizás Marturano -partisana antifascista italiana que murió a los 101 años en 2013 y a quien la autora conoció en persona- y la Papisa, historia o leyenda del siglo VIII sobre la hija de un monje germano que alcanzó el más alto cargo eclesiástico ocultando su sexo.
Cada una de ellas tiene su segmento de alrededor cinco minutos, en los que aparece algún recorte significativo de su vida, sin dificultad para identificar de quién se trata. Los textos son, por lo tanto, concentrados pero a la vez accesibles, y dirigidos a un supuesto interlocutor presente o imaginado. Esta presentación sucesiva de casos célebres de rebeldía es ilustrativa, sin intención de profundizar sino de mostrar en galería. La actriz pone mucha intensidad en sus interpretaciones, “lo da todo” se diría coloquialmente por su apasionada entrega física, pero el tono es por momentos solemne, como viñetas de homenaje a personajes admirados. A veces, hace hincapié en el origen (Marturano y Juana de Arco hablan con sendos fraseos itálico y afrancesado) y otras, no (Juana la Loca, por ejemplo, no dice como una castellana del siglo XVI). Otras, sorprende cuando el fragmento elegido ilumina la intimidad (como la adicción a la morfina de la escritora uruguaya Ibarbourou).
Sin embargo, Las Juanas es una obra muy atractiva por la fuerza y creatividad de otros lenguajes que construyen, que son, teatro: el vestuario, la escenografía, las luces, la puesta en escena son de una gran síntesis y belleza. Unas telas blancas colgadas en sogas que van cambiando de lugar, que son puro juego de combinaciones; el “multivestido” de la actriz que muta con cada personaje es un espectáculo en sí mismo que queremos observar, entender cómo se transforma ante nuestros ojos.
Esa cuerda performática de la obra es la que se tensa con más vitalidad, con más alegría: cada vez que Toia, la actriz, desanda un personaje para pasar al otro, mueve objetos de la escena, se viste y desviste, cuando muestra el revés de la representación.
¿Acaso no es eso, también, lo que hicieron y hacen las mujeres, las Juanas de la vida, todos los días antes de salir a poner el pecho en algún frente? En ese contraste, entre lo vital y lo solemne, se concentra el pulso de esta obra con tantos nombres detrás de uno solo.