En el Día Internacional de la Epilepsia, el cual se conmemora cada segundo lunes de febrero, es importante concientizar una vez más acerca de esta condición médica y de las diferentes situaciones que atraviesan los pacientes, dado que afecta a más de 78 millones de personas de todas las edades y sexos. Si bien puede comenzar en cualquier momento de la vida, existen dos picos de incidencia: niños menores de un año y adultos mayores de sesenta años. Cuando se comparan estos dos grupos, es al menos seis veces más frecuente que comience después de los sesenta años de edad.
La epilepsia tiene su origen en el cerebro y se caracteriza por producir crisis epilépticas que se reiteran en el tiempo y que pueden presentarse a través de diferentes signos y síntomas, aunque es importante remarcar que, para la mayoría de los casos, existen fármacos que logran controlar dichas crisis, mejorando la calidad de vida de los pacientes.
Uno de los mitos que lamentablemente aún persiste en relación con la epilepsia es que las personas necesariamente deberán presentar “convulsiones”, lo cual en numerosas ocasiones demora o dificulta el diagnóstico. Es por eso, que es muy importante destacar que la mayoría de las personas con epilepsia tienen crisis epilépticas que no son “convulsiones” y que pueden presentarse de distintas maneras.
Un punto clave a abordar en esta fecha son los diferentes trastornos psiquiátricos y cognitivos que pueden, a su vez, presentar los pacientes con epilepsia. Se estima que uno de cada tres de ellos presentará un trastorno psiquiátrico en el curso de su vida, siendo los trastornos de ánimo y ansiedad los más frecuentes. A pesar de su alta prevalencia, y del impacto significativo que representan, suelen permanecer subdiagnosticados y, por ende, subtratados.
Tal como plantea la nueva definición propuesta por la Liga Internacional contra la Epilepsia (ILAE), la misma es un trastorno cerebral caracterizado por una predisposición duradera a generar crisis epilépticas y sus consecuencias neurobiológicas, cognitivas, psicológicas y sociales. Esta definición implica la necesidad de tener en cuenta la existencia de las llamadas “comorbilidades psiquiátricas” en el manejo integral de las personas con epilepsia.
La mitad de los pacientes con epilepsia presenta algún grado de disfunción cognitiva o psiquiátrica. Un estudio poblacional longitudinal que compara 3773 casos de epilepsia entre 10 y 60 años de edad pareados con 14025 controles, muestra el incremento de presencia de cuadros psiquiátricos (depresión, ansiedad, suicidalidad, psicosis) en las epilepsias, hasta 3 años antes del diagnóstico y hasta 3 años después del mismo.
Numerosas publicaciones sobre depresión en epilepsia remarcan la relación bidireccional que existe entre las mismas. No solamente los pacientes con epilepsia presentan un riesgo incrementado de desarrollar depresión, sino que los pacientes con depresión presentan un riesgo aumentado (en 3 o 7 veces según los estudios) de presentar epilepsia. Asimismo, antecedentes de trastornos anímicos, previo al inicio de las crisis epilépticas, han sido asociados a un riesgo aumentado de desarrollar una epilepsia farmacorresistente.
Es importante comprender que las epilepsias constituyen un grupo de trastornos que reflejan una disfunción cerebral, teniendo en común una predisposición para generar crisis que pueden ser el resultado de diferentes causas. Las crisis son una manifestación de un proceso subyacente, implicando una alteración de redes neuronales de una región del cerebro, que está presente antes y después de su expresión clínica. Dicho proceso continúa en el tiempo presentando otros efectos, más sutiles que las crisis: disfunción cognitiva, depresión, psicosis, entre otros.
En conclusión, para poder llevar a cabo un correcto diagnóstico y tratamiento en personas con epilepsia, es fundamental incluir la historia y síntomas psiquiátricos como parte del manejo integral de los pacientes. Además, la búsqueda de antecedentes psiquiátricos personales o familiares debería ser parte de cualquier evaluación inicial, dado que puede jugar un rol importante en la elección de los fármacos antiepilépticos y evitar, de ese modo, complicaciones con los mismos.
A pesar de ser una de las condiciones médicas más antiguas, el miedo y desconocimiento en torno a la epilepsia persiste, lo que genera que muchas personas se rehúsen a hablar del tema. Esta reticencia lleva a querer ocultar la condición y vivir en las sombras, asi como también a una pobre comprensión de los riesgos individuales, discriminación en lugares de trabajo y en la comunidad en general y poco incentivo para investigación en el desarrollo de nuevas terapias. Para muchas personas, el desconocimiento, los conceptos erróneos y la discriminación son más difíciles de sobrellevar que las propias crisis epilépticas.
Neurólogo de la Clínica de Epilepsia de Cites Ineco y de Fundación Favaloro