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Capitán Farfán, el bombero que le pone el pecho a las tragedias en Cundinamarca

Capitán Farfán, el bombero que le pone el pecho a las tragedias en Cundinamarca

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Cuando los cerros se están quemando, el agua cae a cántaros arrasando todo a su paso o un accidente ocurre de la nada en Cundinamarca, siempre hay un bombero que aparece en escena, el capitán Álvaro Eduardo Farfán Vargas, delegado departamental del Cuerpo de Bomberos de Cundinamarca. Sabe exactamente qué hacer, cómo coordinar, y sin importar la hora, se toma un café bien cargado y sale en su vehículo a ponerle el pecho a la emergencia.. Eso es pura vocación y empatía, cuentan quienes lo conocen. Pero cuando se escudriña en su vida, es fácil entender de donde salió ese don de ayudar, por ayudar. Tiene 46 años y nació en la ciudad de Bogotá. Dice con todo el orgullo que siempre ha vivido con sus progenitores y que es el mayor de tres hermanos. “Mi papá es un comerciante mayorista de víveres y mi mamá siempre fue ama de casa, pero hoy trabajan juntos. Los dos conformaron un hogar y procrearon cuatro hijos: Javier, Angie, Sebastián y yo”.. Tuvo una niñez feliz, pero sabe lo que es la pobreza. “Aunque mi papá era de una familia acomodada, cuando se casó a escondidas con mi madre, de 14 años, siendo solo un bachiller, sintió que ya no contaría con el apoyo de sus padres”.. En ese momento tuvieron que vivir en inquilinatos porque los abuelos no se podían enterar de la verdad, incluso de que el capitán Farfán venía en camino. “Pero ellos siempre fueron responsables y cariñosos. Mi papá influyó mucho en mí. Fui hijo único hasta los siete años”.. Por aquellos días no tenían ni televisor y la comida escaseaba. “Las humillaciones por no tener ni que cenar eran terribles porque mi papá estaba estudiando en un colegio militar y me criaba a escondidas. Nos llevaba lo que le daban de onces”.. Padres del capitán Álvaro Farfán.. Foto:. Archivo particular. En esa época su mamá se enfermó de anemia, pero, aun así, se las arreglaba para criarlo. “Se metía en las cocinas de los vecinos a buscar merienda y cuando mis abuelos paternos se dieron cuenta, se disgustaron mucho. Es que mi padre sentía miedo porque su familia era de esas antiguas que no toleraban esa situación. No quería perder la confianza que habían depositado en él”.. Al final, Farfán y sus hermanos fueron la adoración de sus abuelos y siempre estuvieron presentes para apoyarlos. “Ellos también eran muy entregados a ayudar a los demás”, contó.. Conoce la capital porque vivió en barrios emblemáticos como el Benjamín Herrera, Santa Fe, Santa Isabel, Quiroga, entre otros. Pero Farfán no siempre fue el hombre tranquilo y prudente que todos conocen. Él mismo contó que fue un niño rebelde y que no se lo aguantaban en ningún colegio, por eso desfiló por varios desde que entró al jardín. “El problema es que yo aprendía muy rápido y por eso terminaban sacándome, me leían como un joven indisciplinado. Por eso conocí todos los planteles de Bogotá”.. Capitán Álvaro Eduardo Farfán Vargas, cuando era niño.. Foto:. Archivo particular. Finalmente, terminó su bachillerato en la institución educativa Aurelio Martínez Mutis. “Tuve unos excelentes profesores. Entendieron que mi forma de aprendizaje era diferente. Yo nunca llené cuadernos, siempre eran repletos de mamarrachos. Pude graduarme a los 17 años”.. El amor por la comunidad. Si hay algo que siempre ha motivado al capitán Farfán es trabajar por la comunidad. Recuerda que cuando tenía ocho años hizo sus primeros trabajos en la iglesia María Reina en el barrio Santa Fe. “Ahí trabajamos con los abuelitos de la zona. Hacíamos desayunos y almuerzos comunitarios. Todo siempre patrocinado por mi papá. Es que me hice muy amigo del padre y de la psicóloga del lugar”.. Fue así como terminó haciendo parte de la Defensa Civil, los scouts, la Policía Cívica Juvenil y se enamoró de un programa llamado Participación Comunitaria. “Visitábamos a los niños en El Cartucho, los que vivían con personas sumidas en la drogadicción o dormían en las alcantarillas. Ahí creé una fundación que se llamaba Brigada especial comunitaria”.. A los 13 años, recuerda, solía visitar las plazas de mercado para recolectar comida que luego le llevaba a los habitantes de la calle. “Mi papá siempre me alcahueteó eso. Él ya era comerciante, tenía su negocio, y a pesar de eso, siempre nos daba los alimentos para prepararles cosas a la gente necesitada. Mis padres son personas de gran corazón”.. También le regalaba ropa para entregarles a los pobres con ayuda del personal de las Juntas de Acción Comunal y la Policía. “Hacíamos jornadas de belleza. Incluso aprendimos de peluquería y poníamos unas duchas improvisadas en El Cartucho para que la gente se pudiera bañar”.. ¿Policía?. Cuando Farfán se graduó de bachiller, ingresó a la Policía Nacional, quería hacer carrera de oficial, siempre al servicio de la comunidad. “Desde pequeño soñé con eso, de hecho, jugaba con mis amigos. Me ponía muy bravo cuando me tocaba de ladrón”.. Pero cuando ingresó, las cosas cambiaron. “Allá no era tan fácil estudiar y mis papás siempre me inculcaron eso, de hecho, querían que yo fuera médico”.. Así que un día pasando por la Universidad Santo Tomás, se dio cuenta de que las inscripciones estaban abiertas para estudiar psicología. “Y así, a pesar de las malas caras de mi papá, terminé estudiando esa carrera. Me parecía que a través de esta podía estar más cerca de la gente y entender el dolor de las personas”.. Los bomberos. Cuerpo de Bomberos de Cundinamarca.. Foto:. Archivo particular. La primera vez que a Farfán le picó el amor por Los Bomberos fue cuando conoció a una mujer llamada Griselda García. “Era una señora mayor que tenía un carro y su casco de bombero. Me hice muy amigo de ella, tanto, que, en 1955, cuando tenía 19 años, entré”.. Poco a poco terminó siendo comandante de varias estaciones en Bogotá. “Primero fui bombero solidario, luego me invitaron a conformar el Cuerpo Oficial de Bomberos de Mosquera. Eso fue en 1997. Me gustó mucho. Me entregué totalmente, faltaba la universidad para irme a atender emergencias”.. Y allí, en esos lugares a donde llegaba, se estrellaba con realidades muy duras. “La emergencia que más me marcó fue en el barrio Guacamayas, cuando una casa muy humilde se quemó. Yo rescaté a un niño. La familia lo perdió todo”.. También lo impresionaron las inundaciones en Tunjuelito porque la gente se quedaba sin nada. “Yo me iba a conseguir mercados y frazadas porque en ese tiempo no estaba tan organizado lo de las ayudas humanitarias”. Los bomberos atendían esas emergencias solo con un casco, unas botas rotas y un chaquetón.. La situación era aún más crítica en los municipios. Allá le tocaba al cura del pueblo hacer bazares para poder comprarles los equipos a los voluntarios. “Tener esas necesidades, pero no para ellos, sino para servirle a la comunidad. Eso fue lo que me enganchó. Me convertí entonces en un soldado, en un defensor de los derechos de los bomberos para que se dignifique el voluntariado”. Trabajó en La Mesa, en Tabio, y siempre le tocaba llegar a fortalecer las estaciones.. Dice que de los 1.101 municipios que tiene Colombia, solo 788 cuentan con bomberos y de esos solo 28 tienen cuerpos oficiales. “Y si nos vamos a Cundinamarca, de 116 municipios, solo hay 76 cuerpos de bomberos. Solo los de Girardot y Cajicá son oficiales”.. Farfán lucha porque, como lo demostraron los incendios recientes, es un servicio público esencial que debe estar a cargo del Estado.. Las tragedias que lo han marcado. Hoy Farfán es delegado departamental de los Bomberos de Cundinamarca y representa a los bomberos oficiales, pero también al voluntario en el departamento. “Soy la cabeza de 79 grupos, de más de 350 hombres y mujeres. Sobre mí recaen todos los temas operacionales cuando tenemos emergencias de gran magnitud”. Dice que todas le ha dejado una marca.. Eso le pasó en el terremoto de Armenia. La sensación de dolor que sintió en esa tragedia marca. “Ver que la gente pierde a sus familias es terrible”.. Aquel día, recuerda, se estaba alistando para entrar a una clase en la universidad cuando fue llamado para asistir en la emergencia. Empacó su maleta, guardó enlatados y salió a la ciudad devastada por la tragedia.. A los ocho días todo era caos porque se demoró la entrega de ayudas. Las personas se robaban los alimentos entre sí. Incluso, hubo apuñalamientos por una libra de café o una panela.. FACEBOOK. TWITTER. El avión salió casi a las seis o siete de la noche desde el aeropuerto de Catam. Cuando se bajó, el olor a muerte era indescriptible. “Todo estaba destruido, no había luz, no servían las comunicaciones. La gente gritaba. Solo se escuchaba el ruido de las sirenas”. Y así, en medio del caos, atendió el tercer parto de su vida en compañía de la agente Griselda, quien lo había iniciado en esta aventura. Ya tenía 78 años y formación como enfermera.. En una especie de cambuches, vacunaban a los jóvenes contra el tétano, porque la estación de bomberos prácticamente se había caído. “Esa noche llovió. Ahí también nos tocó dormir. Al día siguiente fuimos a Calarcá y comenzamos a rescatar a personas que estaban atrapadas. Muchos muertos, fue lamentable”.Ver niños buscando a sus papás o viceversa es algo que queda en la cabeza, rondando para siempre. “A los ocho días todo era caos porque se demoró la entrega de ayudas. La gente tenía hambre, ocurrían saqueos, las personas se robaban los alimentos entre sí. Incluso, hubo apuñalamientos por una libra de café o una panela”.. Otra tragedia a la que viajó a asistir fue la avenida torrencial en Mocoa. “Pusieron a nuestra disposición un avión alcaraván de la Fuerza Aérea, y tuvimos que viajar todos los días para llevar ayudas humanitarias”. Allá realizó incluso apoyos psicológicos. “Mi profesión me ha servido mucho en esas situaciones”. Farfán realizó también una maestría en psicología clínica.. No es fácil ser testigo de hechos tan lamentables. Ya ha perdido la cuenta del número de accidentes que ha tenido que asistir. Ver gente desmembrada es un choque emocional para cualquiera. “Recuerdo un diciembre, en la época de las novenas. Un bus lleno de universitarios que había salido desde Boyacá se fue a un abismo. Hubo muchos estudiantes muertos”.. Mientras hallaba una a una a las víctimas fatales, veía que entre sus manos tenían recuerdos que seguro les llevaban a sus familias, incluso figuras del pesebre. “A lado del cuerpo de una joven había una bolsa llena de detalles para su mamá. Me tocó irme a un lugar solitario a llorar”.. Y ni qué decir cuando ha tenido que despedir a sus propios compañeros de este mundo. Como cuando el cabo Jhon Díaz perdió la vida en cumplimiento de sus deberes, víctima de una descarga eléctrica mientras respondía a una emergencia generada por los incendios forestales en Sopó.. Su lucha. A lado del cuerpo de una joven había una bolsa llena de detalles para su mamá. Me tocó irme a un lugar solitario a llorar.. FACEBOOK. TWITTER. Además de las tragedias, siempre le ha causado dolor la forma en la que trabajan los bomberos del país. “La gran mayoría no tiene recursos, algunos andan con sus botas rotas, con trapos en la cara en un incendio porque no tienen un equipo de protección”. Pese a eso siempre les inyecta verraquera.. Trabaja para conseguirles recursos, pero a veces la tarea no es nada fácil porque el país se olvida de los bomberos y los recuerdan solo cuando la inminencia de una tragedia saca a flote cuán importantes son. “No me interesa con quién me toque enfrentarme. Si es con un alcalde, un gobernador o el mismísimo presidente de la República, lo hago”. Eso le ha traído muchos problemas y enemigos.. Un día de trabajo. Capitán Álvaro Eduardo Farfán Vargas.. Foto:. Archivo particular. Aunque no es lo más saludable, Farfán dice que sobrevive tomando 15 tintos al día y Vive 100. Es que duerme solo tres horas al día y con el celular en la mano, porque de él, dice, depende la seguridad de muchos municipios. “A mí me viven reportando todo. Yo siempre me ando movilizando para todos lados y articulándome con el Centro Regulador de Urgencias del departamento de Cundinamarca”.. Él es quien coordina la movilización de ambulancias y los carros de bomberos, junto con la Unidad Departamental de Gestión del Riesgo.. El capitán Farfán no recibe nada por todo el trabajo que realiza. Vive de la renta de unos apartamentos y de algo que le da la empresa familiar. Ayudar a la gente es lo que lo apasiona. Mientras atiende una emergencia, está coordinando otra por teléfono.. Es su maleta, guarda los overoles, sus implementos de aseo y vitaminas. “Todavía mi mamá me regaña para que no se me olviden cosas”. Dice que no tiene novia ni esposa porque ninguna se aguantaría ese trote de emergencias de domingo a domingo.. Farfán rara vez pasa un 24 o un 31 de diciembre con su familia. “A veces estoy con ellos y me toca salir corriendo, incluso me ha pasado en mis cumpleaños que es el 12 de abril. Es que en este país es malo si llueve, pero también es malo si hace sol. Todo el tiempo pasa algo”.. Ha estado en riesgo de perder su vida muchas veces, su cuerpo está lleno de cicatrices. Dice que Dios y las oraciones de su mamá son lo que lo blindan en esos terrenos tan inhóspitos. “También cargo unas medallitas que me dio mi madre. Son de la Rosa Mística, el Sagrado Corazón de Jesús. Las llevó en mi carné y las cuido como un tesoro”.. Dice que esas medallitas lo salvaron de morir de hepatitis, enfermedad por la que duró hospitalizado casi un mes. “Me dio porque se cayó un puente en Yopal y tuvimos que trasladar a varios pacientes en lancha. La mayoría tenía la enfermedad. Las condiciones higiénicas no eran las mejores. Me dio ictericia, una coloración amarillenta de la piel y las mucosas debido al aumento de la concentración de la bilirrubina en la sangre. Se me complicó, se me bajaron las defensas, y sin alimentación me descompensé. Pero la hierba mala nunca muere”. Y sí. Se ha caído de motos, se ha volcado, pero vuelve y sale a la faena.. Cada vez que atiende una emergencia, ve en las familias reflejada a la suya y eso se ha convertido en su mayor motivación. “Por ellos me duermo a las 11 de la noche y me levanto a las 2 de la mañana. Cuando estoy caído del agotamiento me acuesto en cualquier sofá y ahí repongo energías”.. Capitán Álvaro Eduardo Farfán Vargas disfrazado para Navidad.. Foto:. Archivo particular. Hay otra cosa que muchos admiran del capitán Farfán. Y es que informa los detalles de cada emergencia mejor que muchos periodistas. “No me considero uno de ellos, respeto mucho esa profesión, solo que mi trabajo lo hago con pasión y entiendo la importancia que los datos tienen para la ciudadanía, para una familia, para todos. Hay que decir la verdad siempre”.. Eso sí, no le gusta hablar carreta, pero cuando sale al aire siempre da detalles claros de lo sucedido sin tintes amarillistas. “Recomiendo que se tenga mucho cuidado con las imágenes y los videos, pero colaboro con material y si no contesto es porque estoy atendiendo la emergencia”. Lo cierto es que se ha ganado el respeto de la prensa. Lo quieren y hasta lo defienden cuando alguien le tira pullas.. Capitán Álvaro Eduardo Farfán Vargas.. Foto:. Archivo particular. Pese a todo esto, Farfán no se arrepiente de haberse dedicado a ser bombero, tampoco de estudiar psicología, ni de disfrazarse de Santa en Navidad cada vez que puede, como dice la canción de Fito Páez: dar es dar. “Yo soy feliz ayudando, un agradecimiento sincero es la mejor paga”.. CAROL MALAVERSUBEDITORA BOGOTÁEscríbanos a carmal@eltiempo.com si usted conoce una historia como esta, nosotros la contamos

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