“Supongamos un abrelatas” es quizás el remate más famoso entre los chistes sobre economistas. Refleja la tendencia de la profesión a asumir que lo más difícil está disponible, de modo que el economista solo aporta la parte obvia de la solución, que en este caso sería usar un abrelatas para abrir la lata.
No es el único reclamo sujeto a sarcasmo en esta disciplina. Los repetidos fallos en sus pronósticos también son blanco de crítica. Se ha insistido en que los gurúes de la economía han perdido hace rato la competencia predictiva frente a los astrólogos, los meteorólogos o los tecnofuturólogos.
Es cierto que en tiempos tan complicados, la sociedad y los medios les exigen a los economistas demasiadas precisiones. Quizá por eso parte de los analistas han adoptado un estilo vacilante, y ahora es esta costumbre objeto de recriminaciones. Así, se dice que la respuesta que más repiten los economistas es “depende”, y que si una opinión admite solo dos posibilidades lógicas, el economista vendrá con una tercera opción. El expresidente de los Estados Unidos Harry S. Truman solicitó alguna vez que le enviaran un economista manco, cansado de exponentes opinando “por un lado” (on one hand) y “por el otro” (on the other hand).
Un síntoma de salud mental ante estos embates es la capacidad de reírse de sí mismo. Un caso, quizás aislado, es el de Yoram Bauman, un doctor en Economía estadounidense que se presenta a sí mismo como el primer (y posiblemente el único) economista standupero. Su tema de investigación “serio” es la economía del cambio climático, pero él afirma vivir de sus shows humorísticos. Un ámbito en el cual siempre es invitado son las tradicionales sesiones de humor de las reuniones académicas de la American Economic Association.
Estas sesiones llevan el nombre de Caroline Postelle Clotfelter, una de las escasas economistas mujeres dedicadas al humor. En su libro On the Third Hand (recordar la frase de Truman) cuenta un chiste típico. Un médico, un ingeniero y un economista estaban discutiendo sobre cuál era la profesión más antigua. “La cura es tan antigua como la humanidad”, afirma el médico. “No es así, dice el ingeniero. “Antes de eso, Dios tuvo que usar ingeniería para crear el mundo a partir del caos y la confusión”. Y finalmente el economista pregunta: “¿Y quién creen que creó el caos y la confusión?”.
Un festival de humor
No es el único espacio donde se celebra el humor económico. El festival de humor y economía Kilkenomics se celebra anualmente en Irlanda. Economistas y hombres de negocios comparten allí escenario con comediantes y se involucran en debates intensos y altamente irreverentes. Algunos economistas conocidos que han participado son Jeffrey Sachs, Yanis Varoufakis y Martín Lousteau.
Pero los economistas han sido mucho más famosos por ironizar sobre las ideas de sus colegas, incluso publicando estas burlas en revistas especializadas.
En 1974 Alan Blinder publicó La economía del cepillado de dientes, donde satiriza sobre el programa de investigación de Gary Becker, destinado a aplicar las herramientas de la teoría microeconómica a cualquier comportamiento humano, por obvio que sea. En un artículo de 1982, Dennis Snower hace lo propio con la macroeconomía de moda, y examina la política macroeconómica que conduce al nivel óptimo social de destrucción de vampiros, a fin de evitar sus efectos perjudiciales sobre la fuerza laboral. Axel Leijonhufvud, el economista sueco varias veces mencionado en esta columna, escribió Una vida entre los Econs, que describía vívidamente las desdichas de vivir en un ámbito de economistas académicos, y sus respectivas tribus.
Robert Solow, un brillante economista recientemente fallecido a los 99 años, lanzó una de las respuestas más filosas de la historia a su tradicional adversario Milton Friedman. Friedman fundó la escuela monetarista, que solía transformar casi todos los argumentos para entenderlos en términos de oferta y demanda de dinero. Cansado de esta insistencia y frente a la enésima aplicación de esta técnica por parte de Friedman a una presentación d1e Solow, éste le contestó: “A Milton Friedman todo le recuerda a la oferta monetaria. A mí todo me recuerda al sexo, pero trato de dejar el tema afuera de mis artículos”.
Ironías con enseñanzas
La ironía es un forma de humor sutil, pero con cierto contenido de aprendizaje. Keynes era, con pocas dudas, de los mejores en este estilo. Se le atribuye la frase de que “es mejor estar aproximadamente en lo correcto que exactamente equivocado”, una crítica a la afección de algunos economistas a aportar soluciones precisas a desafíos menores, algo que se parece mucho a buscar las llaves perdidas solamente donde hay luz. También dejó su sello al calificar al sistema capitalista como “la asombrosa creencia de que los hombres más malvados harán las cosas más malvadas por el bien supremo de todos”.
Y, por supuesto, está su famoso reproche a los teóricos de la espera permanente: “En el largo plazo, estamos todos muertos”.
¿Y qué tal el humor económico en la Argentina? No podemos decir que no haya material para la parodia, pese a lo cual no se ha desarrollado una tradición humorística propia. El estilo socarrón se aplica en general a situaciones más bien dramáticas. De hecho, la economía argentina ha condenado a burla perpetua a los dichos de varios ministros y expresidentes: “Hay que pasar el invierno”, “el que apuesta al dólar pierde”, “les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”, “el que depositó dólares recibirá dólares”, y tantos otros.
Un referente académico del ingenio local es Juan Carlos de Pablo, un economista “serio, pero no solemne” como suele presentarse a sí mismo (y como se denominó, durante años, su columna semanal en este suplemento de economía de LA NACION). Se ha dicho que, estando él en la sala, tiene una bien ganada primacía para hacer los chistes. De Pablo no es “gracioso”, sino ocurrente y filoso, y dice haber rechazado dedicarse al humor porque, si bien como economista podría ser único o casi único (con Bauman), como humorista sería uno más, y no precisamente de los mejores.
Termino con una poco humilde referencia propia. Dos Tipos de Cambio es un programa de radio que conduzco con Gerardo Rovner y que cuenta con la producción de Bárbara Williams, que ha cumplido 10 años divirtiéndose con y de la economía, y con y de los economistas. Su modesto aporte: invitar a economistas a tomarse un poco más en broma una profesión que, al menos en nuestro país, tiene bien ganado el mote de “la ciencia sombría”.