Una de las sorpresas más fuertes -aunque, veremos, relativa- de las nominaciones al Oscar es lo mal parada que quedó Barbie. No solo Greta Gerwig no fue nominada como directora sino que Margot Robbie quedó afuera de la categoría Mejor actriz. Y en total está muy lejos de ser un fenómeno: ocho nominaciones, superada por Pobres criaturas y Los que se quedan, entre otras. Algo se intuía cuando Pobres criaturas y Emma Stone se llevaron los Globos de Oro de Mejor comedia y Mejor actriz de comedia, respectivamente.
Pero esto no hay que entenderlo como antibarbismo. Es otra cosa, complementaria a la tendencia de privilegiar el gran espectáculo en sala y marginar bastante a las películas realizadas específicamente para plataformas. Es coherente que, en un año de franca recuperación para la asistencia masiva a los cines, la Academia -más termómetro que bola de cristal- se decantara estadísticamente por premiar aquellas cosas que representan “l’air du temps”. La abulia “independiente” de la década pasada, con películas paupérrimas como Luz de luna levantando la estatuita, también marcan esa idea de diagnóstico que los premios representan. En ese sentido, como dijo con razón hace años Juan José Campanella, son los premios más democráticos. Votan todos y lo que resulta es una tendencia, una especie de pensamiento colectivo, el común denominador no del arte del cine sino, siempre subrayemos esto, de la industria.
La risa tiene mala prensa. Siempre lo hemos dicho, siempre se ha visto: son pocas las comedias que ganaron premios mayores, y utilizar el plural requiere en muchos casos reinterpretar el término “comedia” con cierta elasticidad. Barbie está nominada como Mejor película no tanto por sus juegos o por su moderado surrealismo, sino por lo que “dice” del mundo. Pero es una película demasiado célebre, demasiado “evento”, demasiado recaudadora –la más taquillera de 2023 con 1400 millones de dólares– y demasiado divertida (aclara el redactor: no para él, pero la intención es evidente) como para ganar en grande. Lo que Hollywood cree, o más bien sigue creyendo (su tara constitutiva) es que todo debe ser “serio” y aleccionador. Ver una película tiene que servir para algo, educar al soberano. Aunque Barbie lo hace -y es su peor defecto-, priman el chiste y la exageración y el color y la necesidad de divertir.
Oppenheimer, que también es una película de diseño, gigante, cara, espectacular, etcétera, es “seria” y habla de cosas “serias” de las que no deberíamos reírnos. Lo mismo sucede con el resto de las películas, pero hay un caso que oblitera totalmente a Barbie. Recordemos que la película de la muñeca narra el viaje de una mujer inocente que desconoce totalmente el mundo a la realidad para luego comprender lo que sucede en su propio entorno y, tras cambiarlo un poco, optar por sí misma.
El rol de “comedia sobre la realidad y surreal” lo cumple pues la historia del viaje de una mujer inocente que desconoce totalmente el mundo a la realidad para luego comprender lo que sucede en su propio entorno y, tras cambiarlo un poco, optar por sí misma. Se llama Pobres criaturas. Como Barbie, se basa en material ajeno (pero en este caso es una novela de culto del escocés Alasdair Gray); como Barbie, todo es puro diseño de producción, escenarios y fondos surreales. Hay un personaje masculino que no entiende nada en ambas (allá Ryan Gosling; acá, Mark Ruffalo) y más cosas. Pero en Pobres criaturas hay sexo y tragedia (tratada, eso sí, de modo grotesco) y se muestra a “los miserables” (el innecesario interludio africano de la película).
Lo que une las dos películas es su opción por el gran diseño, por el “caramelo para el ojo” que va en consonancia perfecta con la recuperación del gran espectáculo en salas. Las dos son películas que apuestan ostensiblemente al artificio; pero una es más útil y solemne, y no tiene en su nombre una marca reconocida. Ergo, podemos aplaudirla sin culpa. Así como Margot Robbie quedó fuera de las nominaciones, no cabe duda de que Emma Stone (que está muy bien, además) se va a llevar el Oscar. Pero otra vez, la diversión solo podrá ser aplaudida si nos deja alguna amargura sentenciosa en el paladar. La debacle en este contexto un poco injusta de Barbie es una prueba de la vieja tradición adocenada de la industria de Hollywood: no te rías mucho que queda mal.