La telenovela ha muerto, viva la telenovela. Esta pequeña licencia en la conocida frase de sucesión monárquica representa el estado de situación que el género atravesaba a finales del siglo XX. Para 1999, la televisión argentina cambiaba para siempre: la consolidación de la recesión económica en el país generó el surgimiento de productoras independientes, que serían las que desde ese momento tendrían sobre sus hombros los costos de los programas, convirtiéndose los canales en vehículos de difusión. Polka, Ideas del Sur y otras de suerte más efímera se establecieron en este período. Paralelamente cambiaron también las temáticas de las ficciones; las historias se volcaron al costumbrismo, al mismo tiempo que se multiplicaron las propuestas de este tipo.
Dejaron de existir los héroes y las heroínas en el sentido más purista del género, pasando a ser “personas comunes a las que les pasan cosas”. En este contexto, muchos fueron los que le extendieron el certificado de defunción al otrora imbatible melodrama. Sin embargo, el 16 de noviembre de 1998 se estrenaría una telenovela (así, con todas las letras) producida por Telefe y Raúl Lecouna, que no solo revitalizaría el género, sino que además se convertiría en su referente indiscutido de ahí en más: Muñeca brava. Con su llegada a Netflix, se espera que la exitosa telenovela reencuentre a su audiencia original y capte a una nueva generación de espectadores
Cambio dolor por libertad
A veinticuatro años de su primera emisión, Muñeca brava aterrizó este miércoles en Netflix. Los libros de la novela estuvieron a cargo de Enrique Torres, referente del género que ya contaba en su haber con una sucesión de éxitos como Antonella, Celeste siempre Celeste, Zíngara, Nano y Cebollitas, entre muchos otros. En 2020, desde su casa en Los Ángeles, el “Gallego” recordó a la distancia para LA NACION aquel momento de la ficción nacional: “Entre muchas cosas que brinda la vida hay dos que considero maravillosas: tener sexo y vengarse. Pero no vengarte pegándole un balazo entre las cejas al imbécil o al que te hizo algo, sino haciendo. Muñeca brava fue la respuesta perfecta para todos esos imbéciles que en esa época decían que la telenovela estaba muerta”.
Torres contaba con los blasones suficientes para que lo llamara Gustavo Yankelevich, gerente de programación del canal y le diera el encargo. “Me citó avisándome que iba a darme ‘dos noticias, una buena y una mala’. Iban a levantar Cebollitas, que llevaba dos años en el aire, porque necesitaba que le escribiera una historia a Natalia Oreiro, a quien acababa de contratar”.
Yankelevich, un hombre de mucha visión y olfato, había detectado que, con apenas 20 años, la actriz uruguaya había irrumpido muy fuerte en la pantalla. La adolescente de la publicidad, la paquita de Xuxa, la que en su Montevideo natal se escapaba de su casa para no perderse ni una sola murga, la misma que había entrado poco tiempo antes en el radar de Alejandro Romay, la que venía de debutar en cine junto a Guillermo Francella en Un argentino en Nueva York y que acababa de lanzar su primer disco con BMG. Todos signos que vaticinaban un auspicioso futuro.
A más de dos décadas, la actriz recordó cómo fueron aquellos primeros signos de confianza: “Venía de hacer Ricos y famosos en Canal 9 cuando Gustavo me llama para conducir los Martín Fierro. No lo podía creer. Además, él confió en mí a mis 20 años para protagonizar. Las novelas de las 13 y de las 21 en ese momento eran ‘el’ lugar de la ficción en televisión. Gustavo primero me contrató para hacer una telenovela protagonizada por Leonardo Sbaraglia, Casablanca. Estuvimos grabado dos meses y el proyecto de la noche a la mañana quedó trunco por temas personales de quien era el realizador [Rodolfo Ledo]. Fue entonces que apareció el proyecto de Muñeca brava”.
Moriría si me quedo en la mitad
La tira seguía los pasos de Milagros (Oreiro), una chica huérfana que había vivido 18 años en un convento y que, por cuestiones del destino, se sumaba como personal doméstico de una acaudalada familia cuya cabeza visible era Doña Angélica (la notable Lydia Lamaison), con la que inmediatamente entablaba una entrañable complicidad. También eran parte de la casa Federico (Arturo Maly), Luisa (Fernanda Mistral) y su hijo Ivo (Facundo Arana), quien desde el primer capítulo manifestaba interés en “Mili”, aún sin conocerla.
En diálogo con LA NACION, en 2020, el actor recordó cómo llegó a la propuesta: “Fue de la mano de Marcelo Rey, mi representante, amigo, mentor, hermano y casi padre. Yo estaba haciendo Chiquititas, y Marcelo se reunió con Gustavo Yankelevich y le dijo ‘Tenés al protagonista de la novela que estás preparando y no te diste cuenta. Ya trabaja para vos, es Facundo’. Ahí se dio cuenta de que tenía a la pareja y quedó feliz”.
Aunque la historia propuesta por Enrique Torres seguía los lineamientos de una telenovela tradicional, aparecieron una serie de elementos que marcaron una enorme diferencia con lo visto hasta entonces: momentos de humor sutilmente insertados para ayudar al devenir de la historia o el desarrollo de “la Cholito”, un matiz reo de la protagonista que la mostraba jugando al fútbol, con buzo, gorra girada y a años luz de la pintura típica de una heroína de telenovela. Se llegó a decir que Oreiro se había inspirado para componerlo en el personaje que Marilina Ross había hecho en la película La Raulito (1975), de Lautaro Murúa.
¿Fue acaso MIli/Cholito una figura de empoderamiento femenino cuando todavía esa palabra no estaba en el vocabulario cotidiano? Algo de eso hay. “Sin dudas ella no se dejaba maltratar por el machismo reinante, siempre defendía sus ideales y los exponía a viva voz”, reflexionaba Oreiro en conversación con este medio hace cuatro años. “Muñeca… generaba mucha empatía en todas y todos, porque era una historia clásica pero interpretada con mucho desparpajo, algo que en la novelas de esa época no era común. Mili hablaba a cámara y tenía ‘conexión’ con el espectador, otra cosa que tampoco existía. También fue heroína de alguna manera atípica, en el sentido del empoderamiento femenino. Se convirtió en un suceso transgeneracional y transcultural”.
Como previamente el personaje de Perla Negra o de Antonella, ‘La Cholito’ ya cumplía con esa regla así que fue un personaje empoderado. Todo estaba armado para que ‘se moviera’ de una manera poco habitual entonces.
Por eso vuelo a otros senderos
Mientras Muñeca brava era vista diariamente por dos millones y medio de espectadores, Oreiro comenzó a ser comparada con Andrea del Boca o Thalía, algo que todavía hoy le dibuja una sonrisa en su rostro. “Yo era muy chica, para mi tanto Andrea como Thalía eran estrellas inalcanzables, me daba pudor semejante comparación. Nosotros éramos un grupo de actores y técnicos muy unidos que realmente disfrutábamos y nos divertíamos mucho. Eran épocas donde se grababa 12 o 14 horas por día, así que no teníamos mucho tiempo para ver qué pasaba ‘afuera’. Estuvimos casi dos años y nunca nos detuvimos a pensar en el éxito. Fuimos muy espontáneos a la hora de hacerlo, y muy libres en la forma de vivirlo”, destacó Oreiro en aquella ocasión.
El esfuerzo valió la pena, porque Muñeca brava no fue solo un éxito en la Argentina, sino también en países -más de 60- que sus protagonistas nunca habían escuchado nombrar, un récord para la ficción local que todavía no fue superado. “Me pasó una cosa muy extraordinaria en un aeropuerto en China”, recordó Arana. “Me acuerdo que me paró un chico que era de Turkmenistán y se quedó flasheado, porque él estaba viendo la novela en ese momento. Entonces no podía creer que estuviera frente a él con veinte años más. Era como el Eternauta, que venía del futuro”.
“Mujeres, hombres, ancianos, niños y niñas, todos se sentían identificados por igual con la historia, no importaba el país. En Rusia, por ejemplo, la dieron catorce veces. Incluso llegaron a pasarla en tres canales diferentes en forma simultánea”, agregó Oreiro.
Y eso no fue todo, porque a partir de la repercusión se comenzó a vender, ya no el producto, sino la historia para la creación adaptaciones locales. Así nacieron otras “muñecas bravas”, a la medida de diferentes países y culturas: La Tayson, corazón rebelde (Perú), Anjo Salvagem (Portugal), Miilee (India), Hafizah (Indonesia) y Al diablo con los guapos (México). Esta última, generó un especial cariño para Enrique Torres: “No tuve participación directa en la mayoría de las adaptaciones, pero sí de la que hizo Televisa para México y Estados Unidos. Para mí fue una maravilla. Cuando Al diablo con los guapos se dio en Estados Unidos, Univisión la puso en el prime time y le ganó a CSI Las Vegas, que en aquel momento compartía horario. Me posicionó en el mercado de esa parte del mundo de una manera increíble, tuvo el espíritu de la original, y también el ángel de la protagonista, Allisson Lozz, que era muy similar al de Natalia”.
Muñeca brava fue una propuesta que no solo marcó a fuego a una generación, sino a todos los que participaron de ella. Actores y actrices que a pesar de haber desarrollado un camino profesional largo y virtuoso, guardan el programa (al igual que el público) en un rincón muy especial de su corazón. “Fue un proyecto tan maravilloso, que todavía hoy me arranca sonrisas hablar de él. Me acuerdo que cuando fuimos a Uruguay a presentarla, estábamos en un club donde nos habían armado un escenario para tocar la canción del programa. Nati en el medio del escenario, y yo al lado con mi saxo. De pronto se abren las puertas, y entra corriendo tanta gente que el escenario se empezó a mover. Nati me mira y me dice: ‘¿Qué hago?’, y yo le contesto: ‘Y bueno, empezá a cantar’. Fue un momento increíble de felicidad para todos los que estábamos presentes. Ahí me dí cuenta de lo que habíamos logrado”, resumió Arana.